FORENSE, Estación Fantasma. MARION BERGUENFELD.
Fondo Metropolitano Para Las Artes y Las Ciencias, Ministerio de Cultura del GCBA. Junio 2007
Esta obra que nos llega luego de un tiempo de estar editada, está reunida en tres apartados o capítulos, a saber: “Abeja Reina”, “Estación Fantasma” y ”Forense”.
La primera etapa va precedida de un epígrafe de la inolvidable Silvia Plath: “Toda mujer ama a un fascista”. Como no podría ser de otra manera a partir de este verso se percibe un fuerte apasionamiento en esta serie de escritos en los que el amado inviste dos categorías, el objeto del deseo y la anulación de ese objeto de deseo. Dos fuerzas contrapuestas y complementarias surgen dentro del discurso fogoso de Berguenfeld, ella es la que incita, la que busca, la que excita y provoca pero también la que hace del amor un acto cercano a la muerte, a la extinción, a la tortura: “Abeja Reina” “Ayer conocí al hombre de mi biografía./ Lo supe cuando mordí, mordí / su corazón que ahora enveneno (…) lo tendí en la madera parte por parte. / Y lo maté parte por parte, implacable. Con exquisito dolor.” Rotunda forma de amor desbordado que pone frente a frente vida y muerte, placer y dolor.
Del instante en que el amor se hace ajeno, toma distancia de lo que alguna vez fue o de alguien que alguna vez fue y nos dice: “Algo se diluye del amado /cuando me toca / le siento el fantasma que me toca. /Algo se ha extrañado / se ha dividido. / Perdido el que me amó / a partes devorado por el que hoy me ama. / Imploro su perdón o su regreso / Pido por ellos. / Los infinitos amados que se fugan / del instante infinito, cuando ya no”.
Como un rito de purificación a su “querido muerto” M.B. confiesa: “En la gran piedra lisa limpio tu antigua foto/lavo la imagen de lo que eras/te lavo como a un enfermo dormido/con ternura mi vaso de agua en tu desamparado cuerpo / (…) puertas afuera el mundo se come a si mismo/ (…) Pero no importa demasiado la realidad / solos nos hemos quedado más allá de las crueldades / nos han olvidado / querido muerto…” Junta de nuevo vida y muerte en un completo mazo de cartas barajadas en vida con juego final que perdona y olvida. Seguir amando en el lavatorio y la ablusión como último acto que venera y establece un cuidado y una compensación por la que los vivos aún pueden ser ayudados por los muertos. Y una preocupación final: “Un día te dejaré (…) ¿Quién, entonces, (…) quién te lavará”.
La palabra no hace más que generar una vibración de los umbrales, esos bordes necesarios en los que todo naufraga o de repente todo toma sentido, tal vez el sentido de lo vacuo como soporte esencial de la existencia, valga la contradicción. Orillas insoslayables, el hombre asomado al hombre.
Cita como introducción a Blanca Varela en el segundo capítulo: “…he dejado la puerta enreabierta7 soy un animal que no se resigna a morir.” con idéntico estilo, aborda el tema de los espíritus tangibles. Esa puerta que queda abierta entre la vida y la muerte es el espacio en el que vuelve su padre, el último instante de su madre, todas las despedidas y resume:
“Debería saber de la desolación profunda / del abismo al que llega toda sangre/ debería recordar que se nace a la muerte / lo que perdura nace a la muerte (…) la eternidad nace a la muerte / esta llovizna que somos…”
“Por el aire, quedísimo / forma figuras / juega para que no me vaya. / ¿A quién me recuerda la fantasma? ¿A quién en entiempo real?
Es de destacar el poema “Niña de mis Ojos”, su lirismo esencial es ofrenda de aquella niña que tiene en sus manos, ella, la que se ofrece haciendo reminiscencia, su historia personal en verdadera apropiación de si, salvándola, protegiéndola, protegiéndose:
“La traigo para su bautismo / que retornes a mi / como el hueso retorna. / Tu agua en nosotras / las solitarias hebreas. / Los varones de la casta han muerto / aléjala de mi debilidad / de la humana locura. / Para su bautismo. / Esa que noche a noche dormí / en tu perfecta copa que duerma. / Agua en el agua / a salvo de las corrientes”.
En el último capítulo “Forense” es Sigmund Freud quien lo preludia: “La cultura es el producto de un crimen cometido en común”. Escatológica, va tejiendo una trama de imágenes de muertes y suicidios, todo final. Abre cuerpos con la palabra, los desnuda primero y los clasifica, encuentra huellas, rictus, lo morado, lo roto, el hombre en su destrucción, imposible que la palabra sea calma, hay una furia dentro de ella y en el verso un furor que golpea. “Abierta en cruz / bocabajo en los vidrios / rota la fruta blanda de su cabeza….” O “Juega con su muerto la hembrita / pone barro / piedra / hormigas que coman / coman / como ella tantas noches. / Ahora que nadie nos ve.”. Remata esta obra el poema “Caronte” aludiendo a su propia muerte: “Pido para mi muerte un esclavo de azul. / El me llevará por la huesería / a brazadas de oso el río espeso / alejara las calaveras / que muerden los pies del recién caído. / Un hombre (…) Lo pido azul hecho de río. / Que por los peligros de la muerte / me lleve me deje dormir”. Podemos asegurar que la poesía en Marion Berguenfeld suma en este libro las más potentes razones que un ser humano tiene para hacer de la palabra y de la imagen un bisturí tan filoso como lo permita el recorrido de su propia vida y de los motivos que asaltan la existencia y que solamente el arte –en este caso de poetizar- puede satisfacer en parte el difícil e intrincado goce de vivir sabiendo muerte.
ANA RUSSO. JULIO 2012